Por: Pablo Mella.
Como movimiento social que es, la Marcha Verde está llamada a mirar más allá de sí misma, es decir, más allá de sus evidentes logros: organizar marchas multitudinarias y articular protestas ciudadanas pacíficas y justas
No ha habido un movimiento social que haya concitado tanta movilización social en la República Dominicana. Ciertamente, la coyuntura lo ha favorecido enormemente desde que se articuló en diciembre de 2016. El caso de la compañía constructora brasileña Odebrecht ha resultado un auténtico ícono para la indignación moral en toda América Latina, que ha copado el espacio público a escala continental. Sin embargo, es legítimo preguntarse cuál podría ser el paso siguiente de esta convocatoria a marchar contra la impunidad. Para responder esta cuestión, vale la pena recordar algunas de las características y limitantes de los movimientos sociales, para iluminar el caso particular dominicano.
Sociología de los nuevos movimientos sociales
Según la literatura sociológica, los nuevos movimientos sociales son grupos no formales de actividad pública, que se componen de individuos y/o organizaciones que pretenden favorecer cambios sociales. Una parte de esta literatura sociológica los distingue de los clásicos sindicatos o luchas obreras; otra literatura no lo hace y subraya la continuidad entre ambos tipos de lucha social. Esta discusión teórica en las ciencias sociales es relevante para comprender el fenómeno, independientemente de que se opte por uno de los enfoques o se intente trazar una interpretación integradora, la cual nos parece más razonable.
Desde el siglo XIX hasta, digamos, la década de los 80 del siglo XX, la movilización social tenía como terreno la esfera laboral, por lo tanto, la esfera económica. Su principal catalizador eran los sindicatos obreros, cuya organización era jerárquica y estatutaria. En la mayoría de los casos, las luchas sindicales adoptaban un lenguaje revolucionario y se proponían como fin la constitución de un régimen socialista o comunista que diera al traste con la sociedad capitalista campante. Tanto por sus objetivos como por su sistema organizativo, las luchas sindicales convocaban un ideal de sujeto social: el proletariado o, lo que es lo mismo, los trabajadores con conciencia de clase.
Con los cambios experimentados en el siglo XX, las luchas sociales focalizadas en la esfera del trabajo fueron adquiriendo un nuevo rostro: se ocuparon de otros temas, convocaron paulatinamente a una gran diversidad de actores y se organizaban de manera informal, caracterizada por la horizontalidad. Como subraya uno de los tipos de literatura ya mencionados, estas luchas sociales pueden considerarse en buena medida inéditas por este nuevo rostro. Se sitúan en muy diferentes contextos; se desarrollan en las distintas esferas de la acción colectiva (cultural, social, política, económica e incluso personal). Otros puntos clave son su composición poli-clasista y su empeño por vivir el espíritu democrático en cada una de las decisiones a ser tomadas en el proceso de lucha.
La pluralidad de actores sociales resulta decisiva no solo para comprender la novedad de los movimientos sociales, sino también para mostrar los enormes desafíos que enfrenta. Es natural que surjan profundos conflictos de intereses entre colectivos tan diversos como el obrero organizado, el campesino confederado, la lucha feminista, las organizaciones estudiantiles, las juntas de vecinos, los grupos étnicos y el colectivo LGBTI. Si bien la pluralidad representa una gran riqueza para toda empresa humana, puede convertirse en amenaza para la sostenibilidad de una acción política. Además, esta pluralidad de intereses viene acompañada de identidades personales altamente individualizadas, identidades que son propias de la nueva etapa del capitalismo global que vivimos. El actor social contemporáneo parece necesitar mostrar su ego y exhibirse en las redes sociales electrónicas.
La principal fragilidad de los nuevos movimientos sociales surge de la incapacidad de lidiar con esta pluralidad. Esta incapacidad se explica por dos razones fundamentales, que derivan de las características antes señaladas. Por un lado, la liquidez de las estructuras organizativas de los nuevos movimientos sociales es enemiga de las medidas disciplinarias y se encuentra a disgusto con el orden jerárquico. Por otro lado, esta liquidez impide que la organización tenga objetivos a largo plazo y pueda acompañar la complejidad inherente a todo proceso social contemporáneo.
La conflictividad que subyace en lo profundo de todo movimiento social se evita entonces de dos maneras: hacia afuera del movimiento, con la espectacularidad (por eso “marchar”, asistir a un concierto musical o ponerse una camiseta de colores con una consigna sonora convocan; no así el trabajo duro cotidiano y la revisión coherente de las propias prácticas sociales del grupo al que se pertenece); hacia dentro del movimiento, con la generalidad o superficialidad de los objetivos (el objetivo del movimiento tiene que estar formulado de tal manera que sea aceptable para todo los que en él participan desde su gran diversidad). Esto propicia el emotivismo.
Con Slavoj Zizek, podemos pensar que los nuevos movimientos sociales forman parte de la cultura neoliberal global, aun cuando no se acepten ni el diagnóstico global del capitalismo ni el estilo provocador e irreverente que encontramos en los escritos de este filósofo esloveno. A diferencia de él, creemos que es razonable el esfuerzo por discernir cursos de acción política a partir de estas manifestaciones de indignación colectiva que presenciamos en diversos puntos del planeta. No parece sensato plantear una ruptura radical entra la acción política tradicional y estas erupciones impredecibles de conciencia ciudadana.
El próximo paso de la Marcha Verde
Como movimiento social que es, la Marcha Verde está llamada a mirar más allá de sí misma, es decir, más allá de sus evidentes logros: organizar marchas multitudinarias y articular protestas ciudadanas pacíficas y justas, valiéndose especialmente de las nuevas tecnologías que horizontalizan la participación. Qué duda cabe: resulta muy emotivo imaginar en la cárcel a un conocido político convertido en millonario en pocos años, gracias a un ingenioso “meme” que llega por WhatsApp; pero también cabe pensar que este “meme” no ayuda a comprender adecuadamente el proceso histórico que condujo a la situación presente, ni a plantear la acción eficaz que superará la injusticia que se denuncia. No hay duda: resulta catártico salir gritando por las calles que los políticos corruptos deben ser juzgados y enjaulados. Pero es razonable considerar que semejante emotividad no siempre conduce a las mejores reflexiones, ni promueve prácticas virtuosas sólidas; tampoco produce por generación espontánea las propuestas institucionales que necesita la sociedad.
En su artículo dominical del 2 de abril 2017, el reconocido y laureado periodista dominicano Juan Bolívar Díaz identificaba para la Marcha Verde el mismo desafío organizativo señalado por la literatura sociológica: “El Movimiento Verde, que ha cifrado su éxito en su carácter poli clasista, multisectorial y de dirección muy colectiva, que ha dejado al gobierno y su partido desconcertados y sin respuesta, afronta ahora el desafío de manejar su diversidad y evitar el aventurerismo, para lograr una consolidación que le garantice alcanzar sus objetivos.” Lo que no vislumbra el planteamiento de Díaz es que estos objetivos difícilmente serán esclarecidos dadas las características sociológicas de los nuevos movimientos sociales.
Movimientos sociales como la Marcha Verde constituyen solo el primer paso de tareas más fundamentales que esperan a la sociedad dominicana. Señalaremos tres de estas tareas, algunas de las cuales también identificó Juan Bolívar Díaz. Ahora bien, desde el punto de vista aquí planteado, esas tareas no corresponden al movimiento social, sino a instituciones más sólidas. Por decirlo con una imagen bíblica evocada también por el famoso sermón de Fray Antón de Montesino de 1510, la Marcha Verde es otro “grito en el desierto de esta isla”. Con esta imagen se puede expresar adecuadamente su función efímera, pero imprescindible: alertar, denunciar y concitar los ánimos. Difícilmente podrá lograr nada más. El próximo paso de la Marcha Verde es, pues, ceder el paso a estas instancias.
El primer y fundamental tema que está pendiente es cuál sociedad queremos. A diferencia de sus consignas, el accionar de los nuevos movimientos sociales no es radicalmente anti sistémico. Resulta impostergable formular una versión dominicana del “buen vivir” que desplace el actual modelo extractivista imperante, generador de desigualdad social. Esto implica pensar las mediaciones sociales y estatales que lo harán posible. No se puede pensar en estas mediaciones cuando casi todas las energías se concentran y se gastan en la denuncia de la corrupción. Esta primera tarea podría concitar, entre otros actores, a las universidades dominicanas, ausentes de las luchas sociales. Las instituciones de educación superior podrían ayudar a identificar y sistematizar las demandas y los sueños de los diversos sectores que habitan el suelo dominicano. No debe de extrañar, por ejemplo, que el colectivo de “los verdes” (como llaman con cierta ironía los sectores que orbitan en el oficialismo a quienes participamos de la Marcha Verde) no haya dicho nada oficial sobre el aumento en un 20% del salario mínimo aprobado el 31 de marzo de 2017 por el Comité Nacional de Salarios, lo que constituye un asunto fundamental para el desenvolvimiento de la sociedad en los próximos meses.
El segundo tema, que ha sido abordado por algunos analistas dominicanos que simpatizan con la Marcha Verde, es cómo establecer el vínculo entre sociedad civil y sociedad política, o dicho con otros términos, entre ciudadanía y sus representantes políticos. El abogado santiaguero José Luis Taveras, una de las figuras “verdes” más destacadas, reflexionó pertinentemente sobre ello en su artículo “Cuando asesinar es épico” (28 de marzo de 2017, disponible en http://acento.com.do/2017/opinion/8444112-cuando-asesinar-epico/). Su tesis es que debemos de enfrentar la peculiar “despolitización de la política” dominicana. La despolitización no es un fenómeno exclusivo de República Dominicana; pero como toda realidad concreta, tiene sus rasgos particulares. Especial importancia adquiere en este contexto específico el rediseño de los partidos políticos. Taveras lo expresa diáfanamente con su impecable escritura: “Los partidos perdieron dimensión ideológica y conexión social, deviniendo en simples estructuras electorales ensambladas para llegar al poder o participar en el reparto de sus cuotas.” Falta pensar prospectivamente la relación productiva entre las organizaciones ciudadanas y los partidos políticos. Esta relación no tiene que evitar el conflicto, sino canalizarlo hacia fines más altos. En este sentido, habría que pensar un espacio público novedoso donde se pueda dar el debate con objetivos constructivos.
El último tema es de carácter ético. No sería de extrañar que entre quienes marchan de verde se encuentren personas que están esperando “su cuota” una vez caiga el actual grupo que controla el poder. La denuncia de los movimientos sociales suele dirigirse contra un enemigo externo, caricaturizado discursivamente. Entre estos enemigos externos se encuentran sobre todo los grupos políticos que controlan el poder estatal en el momento de la denuncia. Sin embargo, ningún sistema político, por bien diseñado que esté, exime de un constante cuestionamiento ético. La vara que sirve para medir al otro debe también medir, aun con ajustes necesarios, las actuaciones del grupo al que se pertenece y las propias actuaciones personales. Marchar de verde es por el momento necesario; pero ciertamente, en la protesta callejera pacífica no se da el último paso que conduce al buen vivir de la colectividad.
(Este artículo fue publicado originalmente en la Revista Amigo del Hogar, Mayo, 2017).