Por: Lic. Eléxido Paula Liranzo
El sermón de las siete palabras que la iglesia católica ha instituido cada viernes santo, rememorando la pasión y muerte de Jesucristo, en esta ocasión, fue pronunciado por seis sacerdotes, uno de ellos el obispo auxiliar de la arquidiócesis de Santo Domingo, Faustino Burgos Brisman y un diácono permanente.
Cada uno de esos sacerdotes representa una parroquia o un área pastoral donde ejercen su misión apostólica, acompañando a la comunidad y a su feligresía en su realidad de pueblo sufrido y muchas veces abandonado de las autoridades gubernamentales.
Estos emisarios del mensaje bíblico, profético y de la doctrina social de la iglesia, en la actualidad, no sólo nos traen al presente estas siete palabras evocadas por Jesus crucificado, de la pasión y muerte, sino también las denuncias de los profetas del antiguo testamento como: Isaías, Amós, Jeremías, Ezequiel y el histórico, trascendental y siempre vigente sermón de adviento de diciembre de 1511, el cuarto domingo, pronunciado por Fray Antón de Montesino; convirtiéndose en una de las primeras y más radicales denuncias en contra de los abusos de los colonizadores españoles.
Los sietes curas o padres, como lo llaman los católicos, hicieron uso de un verbo incendiario, de cuestionamientos y profundas reflexiones haciendo una exégesis, interpretación, adecuación y vinculación con la realidad lacerante y de oprobio que vive el pueblo dominicano, iluminados por las siete palabras de Jesucristo momentos antes de su muerte, esas palabras son: 1. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”; 2. “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”; 3. “Mujer, ahí tienes a tu hijo”; 4. “¡Dios mío, dios mío!, ¿Por qué me has abandonado?”; 5. “Tengo sed”; 6. “Todo está cumplido”; 7. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Desde su misión de profetas y pastores de su rebaño estos sacerdotes abrazaron el mensaje liberador que nos dejó como legado de sus palabras, sus testimonios, sus milagros, su pasión, muerte y resurrección Jesus de Nazareth, el que en un momento sacó a latigazos del templo a los fariseos, farsantes, cínicos, hipócritas y mercaderes de la política de la época imperial.
El púlpito tronó y el poder político amasado en su riqueza, corrupción e impunidad se molestó y se rasgó la vestidura al escuchar decir con responsabilidad evangélica y autoridad moral a estos apóstoles de hoy, frases como: “El país transita por una situación de sálvese quien pueda”; “muchas personas ven pisoteada su dignidad con salarios de miseria mientras observan cómo los miembros de algunas instituciones del Estado que devengan sueldos de lujo se hacen aumentos a pesar de que han alegado que sus instituciones no tienen fondos para ejecutar las funciones para las cuales han sido creadas”. “La historia misma ha demostrado que detrás de todo mesianismo político, sólo
hay una simple ambición y sujeción al poder y este puede corromper hasta el alma más pura y noble”.
Estos evangelizadores de las gentes, las comunidades y el pueblo no solo tocaron las fibras más sensibles de la sociedad con temas como: la pobreza, la violencia, los feminicidios, la delincuencia, el desempleo, bajo salarios, abortos, xenofobia, falso nacionalismo, corrupción, impunidad y reelección, sino que con gran humildad y sinceridad reconocieron que la iglesia no queda impune a la necesidad de convertirse; “También nosotros necesitamos convertirnos y pedir perdón por los escándalos de algunos de sus miembros, por nuestros silencios cuando debemos hablar, convertirnos y ser más tolerantes, más dialogantes, ser más misericordiosos.
De verdad que me alegra y me identifico plenamente que la iglesia católica haya alzado su voz, aunque pareciera desde el desierto, a través de este grupo de ministros para denunciar con claridad la pasión, sufrimiento y dolor que las autoridades que nos gobiernan le siguen provocando al pueblo dominicano con su intolerancia, abuso de poder e irrespeto a su dignidad misma de pueblo.